Viajar por el mundo del té

Ahora que se va acercando la época en la que todos cogemos las maletas y nos disponemos a viajar (o nos gustaría hacerlo), queremos recoger una serie de artículos de viajes relacionados con el té.
Empezaremos por La Ruta del té y en los próximos días viajaremos a otras regiones.

Aunque este verano nos toque quedarnos en casa, nada nos impide que por un momento usemos nuestra imaginación y volemos a lugares exóticos e interesantes. Abrochaos los cinturones y Buen Viaje!!

Articulo de El Mundo:

"LA RUTA DEL TÉ



El suave aroma de Sri Lanka

La antigua Ceilán se dibuja en plantaciones inmensas, moteadas con los saris de las tamiles que con esmero recolectan sus hojas

CRISTINA MORATÓ

Las interminables plantaciones de té confieren a Sri Lanka verdes inagotables y aromas fascinantes.
Desde hace más de un siglo, el mítico té de Ceilán se encuentra entre los más aromáticos y sabrosos del mundo. Su fama se debe en gran medida al trabajo de las mujeres tamiles, originarias del sur de la India, que se encargan de la delicada tarea de recoger sus tiernas hojas. La ruta del té permite al viajero descubrir los verdes y exuberantes paisajes de su región central conocida como el País de las Montañas. Colinas tapizadas de brillantes hojas de té, perfumados jardines, pueblos coloniales como Nuwara Eliya que conservan todo el sabor británico, los enormes budas tallados en la roca de Buduruvagala y los antiguos templos budistas justifican perderse unos días por estas tierras que cautivaron, entre otros, al explorador sir Samuel Baker.

En esta isla en forma de lágrima, hoy llamada Sri Lanka, que emerge en medio del Índico y que apenas supera en extensión a Irlanda, se produce más té que en ningún otro país de la Tierra, con excepción de la India. Según una leyenda china —país de donde esta planta es originaria—, el té hizo su aparición en el año 2737 antes de Cristo. El emperador Shen-Nung ordenó a sus sirvientes hervir agua cuando unas hojas de un bosque cercano cayeron accidentalmente en el recipiente. Al emperador le gustó el sabor delicado de aquella bebida y así nació el té.

En la antigua Ceilán todo empezó en 1849 con un escocés emprendedor y visionario llamado James Taylor, quien decidió plantar té proveniente de Assam y China en los campos de su hacienda para sustituir a los cafetales arruinados por la roya. Su éxito fue total, y hoy hay plantadas en la isla cerca de 250.000 hectáreas y se producen anualmente más de 250 millones de kilos de té.

En los tiempos de Taylor otro hombre de fino olfato para los negocios, Thomas Lipton, hijo de un modesto tendero y convertido en millonario, compró también sus primeras plantaciones de té en 1890, ignorando entonces que su apellido se haría mundialmente famoso y estaría para siempre unido a la historia de esta bebida.
Fueron los ingleses quienes introdujeron primero el café en la isla hacia 1830, que pronto sustituyó a la canela como principal producto de exportación. La euforia acabó repentinamente con una plaga de especial virulencia que puso fin a su cultivo en aquella misma década. Cuando se desarrollaron las primeras plantaciones agrícolas los pioneros británicos tuvieron que enfrentarse a una escasez de mano de obra y contrataron en el vecino estado de Tamil Nadu, al sur de la India, a miles de hombres y mujeres tamiles.
En aquellos tiempos, cuando finalizaba la cosecha y recogida todos regresaban a su país. Al tiempo que el té sustituía al café y al caucho, la vida de los tamiles dio un vuelco. Esta planta requería continua atención todo el año, así que aquellos inmigrantes pasaron a ser residentes permanentes en la isla y a vivir con sus familias en la misma plantación.

VERDE Y PERFUMADA.

Hay que viajar al corazón de esta isla verde y perfumada rumbo a Kandy, capital del País de las Montañas, para contemplar las interminables plantaciones de té que se escalonan entre los 600 y 1.500 metros de altitud. La tranquila y noble ciudad, que fue la última capital de los reyes Sinhala, no ha perdido su legendario encanto. Aquí siguen en pie sus míticos hoteles coloniales como el Queen´s, los suntuosos palacios y el famoso templo que guarda como reliquia el diente de Buda, todo ello a un paso de un bucólico lago rodeado de magnolios y castaños de la India.

Por unas cuantas rupias se puede navegar este espejo de agua habitado por cormoranes y desde donde se tiene una de las mejores panorámicas de la ciudad antigua. El guía nos indica que uno de los últimos monarcas de Kandy, Sri Wickrama Rajasinha, mandó construir este lago hacia 1807 y en él hizo levantar un islote donde construyó su lujosa residencia de verano.

En Kandy se celebra cada verano uno de los festivales más suntuosos de toda Asia, cuando el sagrado diente de Buda se pasea en procesión por la ciudad a lomos de un elefante. Durante 10 días los viejos cañones retumban al anochecer anunciando el inicio de la Esala Perahera. Las antorchas encendidas marcan el recorrido por donde desfilan hileras de elefantes lujosamente engalanados con mantos de terciopelo bordados en hilos de oro y joyas, seguidos de un cortejo de bailarines que danzan hasta la madrugada al ritmo de caracolas, oboes y tambores.
A diferencia de la caótica Colombo, la capital de Sri Lanka, Kandy te traslada al Ceilán que enamoró perdidamente a los británicos, y sigue siendo el centro de la cultura tradicional cingalesa. Una sinuosa y empinada carretera que sigue el curso del río Mahaweli hacia el Sur y atraviesa bosques, cascadas y extensos campos de arroz cultivados nos conduce a Nuwara Eliya, segunda etapa en esta ruta de los sentidos.

TIERRAS BRUMOSAS.

Los primeros occidentales que llegaron a estas brumosas y altas tierras fueron un grupo de ingleses, miembros de una expedición de caza en 1819. Seis años después fundaron un balneario y un sanatorio militar. En esta pequeña ciudad situada a los pies del monte Pidurutalagala, el pico más alto de la isla, uno tiene la sensación de que los británicos todavía no la han abandonado.

Alrededor de un hermoso lago cristalino se levantan edificios de estilo Tudor y victoriano, rodeados de parques y cuidados jardines. La oficina de correos, con su torre del reloj que todavía marca puntualmente las horas, construida en ladrillo rojo y tejados a dos aguas, las iglesia anglicana, así como las mansiones residenciales y el hipódromo que revive una vez al año con las carreras de ponis nos trasladan a los tiempos de la colonia.

Con todo, lo mejor de la ciudad son sus antiguos y nobles hoteles, como el Hill Club, fundado en 1876, donde el visitante puede tomar un cóctel en un salón rodeado de trofeos de caza —cabezas de leopardo y osos—, que a lo mejor mató el mismísimo Samuel Baker. El célebre explorador inglés y compulsivo cazador pasó en este lugar largas temporadas, e incluso llegó a edificar su propia hacienda.

DELICADA PRECISIÓN.

Desde Nuwara Eliya la carretera asciende abruptamente a través de los interminables campos de té del Paso de Ramboda. En medio de este manto de hojas verdes y brillantes se distinguen unos pequeños puntos de color. Se trata de las mujeres tamiles, con sus pesados cestos de mimbre cargados a la espalda, que a una velocidad impresionante arrancan con la yema de los dedos dos hojas y un brote tierno, como exige una regla clásica para conseguir el té de máxima calidad.
Los encargados de las plantaciones aseguran que el trabajo de estas mujeres resulta insustituible. Sólo ellas son capaces de aguantar el calor extremo, mantener el equilibrio en los abruptos y resbaladizos terrenos y cargar sobre sus cabezas hasta 50 kilos de peso.
En la cercana finca de Labookellie, a 1.500 metros de altitud, los viajeros se detienen a saborear una taza de té y visitar las instalaciones de la vieja factoría. En esta plantación de 574 hectáreas trabajan unas 1.000 mujeres tamiles dedicadas exclusivamente a la recolección de las hojas. Labookellie, como la plantación de Loolecondera, donde el escocés James Taylor cultivó las primeras plantas de té de la isla, es en realidad una pequeña ciudad.

Además de los barracones donde viven los trabajadores y sus familias, hay un dispensario, una maternidad, un templo hindú para la comunidad, así como una escuela donde los profesores imparten clase en lengua tamil y en inglés. Los niños tamiles que acuden a la escuela visten uniformes blancos, corbata y calcetines cortos, herencia de su pasado británico. Las mujeres, sin embargo, visten a diario para trabajar sus tradicionales y coloridos saris, que a diferencia del cingalés lo llevan largo y ceñido a la cintura.

A finales del siglo XlX el té era sinónimo de Ceilán y poco tiempo después de que James Taylor lo introdujera en la isla, muchos célebres viajeros y escritores ya cantaban sus alabanzas. El propio Mark Twain, que visitó el país en el año 1896 y pudo degustar más de una taza de reconfortante té negro, escribió en su diario: «¿Qué tendrá esta planta de hojas lujuriosas que cuando se transforma en infusión resulta al paladar tan exquisita y aromática?». Para conocer la respuesta hay que viajar, hoy como ayer, al corazón de Sri Lanka.

Perder los sentidos

Evocadora. El nombre de Ceilán te traslada inevitablemente a un paraíso de especias, lujuriosa vegetación, ornamentados palacios, reyes exquisitos, aromático té y brillantes zafiros y rubíes considerados entre los más hermosos del mundo. Puedes en un mismo día saborear una exquisita taza de té en la terraza de un decadente hotel victoriano rodeado de campos de golf, apuntarte a un safari, recorrer descalzo templos y palacios de antiguas civilizaciones y al atardecer tumbarte en una playa desierta y contemplar el regreso de los pescadores. Pocos lugares en el mundo permiten disfrutar de tantos alicientes en tan corto espacio de tiempo. Y es que Sri Lanka, a pesar de su reducido tamaño, ofrece una pasmosa variedad de culturas y paisajes. La sensualidad y exhuberancia del trópico da paso a interminables dunas de arena, plantaciones de arroz, bosques salpicados de cascadas, selvas impenetrables, altos cerros, playas doradas y arrecifes de coral.

Baker en Ceilán

Paradisiaca.
En 1846, sir Samuel Baker, el explorador británico que descubrió el Lago Alberto cuando intentaba encontrar las fuentes del Nilo, pasó una temporada en Nuwara Eliya recuperándose de la malaria y cazando elefantes. El lugar le pareció un auténtico paraíso con un clima y un paisaje que le recordaban a la campiña inglesa. Decidió regresar a esta región dos años después para fundar su propia hacienda. Sir Samuel Baker, amante de la buena vida y el confort, se hizo importar de Inglaterra absolutamente todo en un tiempo récord. A través del Paso de Ramboda fueron llegando carros tirados por bueyes y elefantes que cargaban, entre otras cosas, maquinaria agrícola, herramientas, ovejas y una selecta muestra de ganadería. Eso sin olvidar a los sirvientes, al personal administrativo, a los artesanos y los agricultores. Su sueño cingalés duró ocho años, hasta que en 1856 fue abandonado.

De película
Frondosa.
Si el viajero quiere conocer los escenarios naturales de Sri Lanka que se han hecho famosos gracias a películas como Indiana Jones y el templo maldito o El Puente sobre el río Kwai, tiene que adentrarse en sus impenetrables junglas y bosques tan protegidos como sus milenarias ciudades. Ya en el siglo lll a. C. un rey cingalés estableció en la isla el primer santuario mundial de flora y fauna. Dos mil años después de esta iniciativa, en la isla se conservan lugares únicos como el bosque tropical de Sinhaja, que alberga más de 170 variedades de orquídeas o los Llanos de Horton, que preservan los bosques húmedos de montaña y extensas praderas de helechos. Por su parte, Kumana y Wirawila son dos auténticos santuarios para la observación de aves (con más de 400 especies) como los pavos reales, halcones, papagayos y pelícanos. En parques como el de Yala es fácil observar manadas de elefantes, ciervos, jabalíes y leopardos"


 
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